
Cada sesión terapéutica con un paciente o cliente es un desafío. Podría decirse que es como el desafío que supone llegar a la cima de una montaña, que es donde quizá el paciente quiere llegar. No lo decide el terapeuta, pues este no decide en la vida del otro.
El terapeuta es el guía que ayuda con su experiencia y formación a conseguir la meta de su paciente. Acompañándole, y ofreciéndole el mejor camino para que tenga éxito. Siempre, animando pero nunca haciendo el camino por él, o yendo tan deprisa o tan lento, que el paciente se frustre por exceso de exigencia o por todo lo contrario.
El terapeuta, o el guía en nuestra metáfora, sabe que su caminante tiene una mochila muy pesada (cada uno la suya) que a veces puede desanimar a continuar o que impide ir lo rápido que le gustaría. Nosotros no le quitaremos esa mochila, lo que haremos será que no le influya para conseguir su objetivo, su meta. Cuando llegue allí, continuará con su mochila, pero no la sentirá pesada, y lo más importante, dándose cuenta que: no ha sido un impedimento para llegar donde quería llegar, gracias a la fuerza y las habilidades aprendidas.
Durante este trayecto a veces escarpado con avances, retrocesos, paradas, etc. … el guía debe utilizar ingenio y creatividad para conseguir la motivación necesaria en el caminante para vencer los impedimentos y adversidades de los grandes proyectos, como es VIVIR su propia vida tal y como quiere.
En otras ocasiones, la terapia no es tan ambiciosa y lo que se pretende es resolver un problema concreto y por tanto mucho más fácil de conseguir a corto plazo.
En cualquier caso, el terapeuta, a pesar de necesitar herramientas y constructos teóricos en los que apoyarnos, necesita cierta capacidad de adaptación a cada persona, y capacidad de motivación e ilusión para que consigan sus objetivos. Siento todo el proceso todo un arte.